A ojos vista

Es como si hubiera nacido en mí una fuerza nueva que me ayuda a ver la vida de una manera distinta, con más alegría y agradecimiento… Un profundo agradecimiento, sobre todo hacia mis padres que son los que me han permitido nacer, vivir y llegar hasta el momento presente.

A ojos vista

Parece que va convirtiéndose en costumbre el escribir un artículo tras finalizar un curso de Enfoque Meníngeo, pero, dados los resultados, en lo que se está convirtiendo es en una necesidad, necesidad de poder compartir con vosotros las excelencias de esta terapia.

En esta ocasión hemos trabajado a fondo la hoz del cerebro y sus implicaciones en el sistema hormonal, una forma totalmente diferente de abordar el tejido nervioso, que abarca toda la base craneal, sin olvidar ninguna de las estructuras que encontramos en ella. Un trabajo profundo como pocos.

Los días se fueron sucediendo de manera muy intensa y fuimos aprendiendo a trabajar, alternando el papel de terapeuta y paciente, de una manera muy global y profunda, lo que acabaría ocasionando los resultados asombrosos que cada uno de nosotros vivió, acorde a sus circunstancias. Desde luego que ninguno de nosotros quedó indiferente tras el curso.

En mi caso, os podría hablar de todas las sensaciones y emociones que en mi se movieron y de los cambios que fui notando, pero se trataría en todo momento de datos subjetivos, que incluso podrían atribuirse a una percepción alterada por todo lo que puede llegar a vivirse en una formación tan intensa. Es por este motivo por el que me voy a limitar a hablar del cambio objetivo y medible que se ha operado en mí.

Tengo miopía desde los 11 años, afección que fue en aumento con los años, como era de esperar o como la medicina oficial nos dice que ha de ser. Sobre los 20 años se me estabilizó y en esa graduación he seguido hasta ahora.

La miopía es un error refractivo, un problema estructural más que enfermedad ocular (el ojo es más largo de lo normal o tiene una córnea demasiado pendiente), que hace que los objetos distantes se vean borrosos, porque lo que está afectado es el enfoque del ojo.

Pues bien, ¿y todo esto a qué viene?, os preguntaréis.

Uso lentillas, porque las gafas me molestan sobremanera y uno de los días, no recuerdo exactamente qué estábamos trabajando, creo que el suelo del frontal, mientras me trataba un compañero me comenzó a arder el ojo por dentro, algo a lo que no di la menor importancia y que no relacioné en ningún momento con lo que fue sucediendo en días posteriores.

Empecé a ver mal con las lentillas, sobre todo de cerca, pero eché la culpa a las lentillas y seguí sin darlo la menor importancia.

Cuando regresé a Bilbao y me estabilicé un poco, me di cuenta de que parecía haber mejorado mi visión de lejos… Lo achaqué a una falsa percepción, pero aún así decidí estar unos días sin usar ni gafas ni lentillas y ver qué ocurría. De esto hace casi una semana. Hoy he ido a la óptica a regraduarme la vista y así salir por fin de dudas y poder entender qué estaba ocurriendo.

Ésta ha sido mi graduación durante 20 años:

Ojo Derecho: 3,75 – 0,75 – 180º

Ojo Izquierdo: 4,25

Ésta es mi graduación a día de hoy:

Ojo Derecho: 3,00 – 0,75 – 180º

Ojo Izquierdo: 3,50

(Lectura tomada por Inmaculada Lardizábal Sainz, óptico optometrista, nº col. 7822)

0,75 menos… Y no he sido yo la única sorprendida con este dato. La óptica no salía en si de su asombro, diciendo que no había visto nunca nada parecido. ¿Recuperar vista en una miopía?, ¿sin operación? Ninguna de las dos dábamos crédito. Es una realidad que los miopes recuperan vista a partir de los 44 años con la aparición de la presbicia, donde ambas afecciones se compensan haciendo que las dioptrías bajen. Pero ese no era mi caso. Así que solo queda seguir trabajando y mejorando, porque Se Puede, claro que se puede.

Éste sería un estupendo punto final para el artículo, ¿no creéis? Con un ejemplo objetivo, claro y medible que prueba, sin lugar a dudas, que el Enfoque Meníngeo funciona… Pero algo dentro de mi no se conformaba con este breve escrito/testimonio, hasta que me di cuenta de mi gran olvido.

El último día de la formación lo dedicamos a la cesárea y al como ésta hipoteca en cierta manera nuestras vidas, condicionando nuestro cuerpo e incluso nuestro carácter.

El tema me interesaba y mucho, pues yo nacía hace 41 años por cesárea y con doble vuelta de cordón. Además, como mi madre era de canal estrecho, esto fue motivo más que suficiente para que el ginecólogo de turno decidiera “cortar por lo sano”.

En el curso anterior de Enfoque Meníngeo, al trabajar los anillos tensionales que se originan al pasar por el canal del parto, yo pensaba que esta parte, en mí, estaba corregida, que había “nacido” y sido acogida por la mirada amable de una compañera. Una experiencia gratificante y muy de “confort”. Pues No, estaba claro que no, que tenía que sentir en mi cráneo las presiones y consiguiente estimulación de pasar por el canal del parto y, lo más importante, hacerlo por mí misma, conseguir encontrar los recursos para nacer a la vida.

Cuando nacemos por cesárea, nos privan de lo primero que tenemos que hacer por nosotros mismos en la vida: Nacer. Se nos saca de golpe y sin previo aviso de la seguridad del vientre materno a un entorno hostil, en el que, por si fuera poco, nos separan de nuestra madre incluso durante días (en mi caso durante 48 h.) Si añadimos a todo esto los condicionantes de la descompresión brutal, sobre todo si la futura madre no ha llegado a romper aguas (Imaginaros coger a un submarinista del fondo del mar y sacarlo de golpe y sin previo aviso a la superficie) y la ausencia de las contracciones encargadas de ir preparando y estimulando al bebé, tenemos una coctelera explosiva, cuyas consecuencias se irán viendo a lo largo de la vida, antes o después, dependiendo de la capacidad adaptativa de la persona o de sus circunstancias y hábitos de vida.

Sentí dolor y mucha tensión, como si algo tirara de mí hacia abajo y me impidiera salir… Un pensamiento se hizo presente entonces: “me rindo”, pero no me rendí y seguí intentándolo. ¡Era mi gran oportunidad! Otras veces me dio la impresión de que alguien quería ayudarme y me negué a ello: quería hacerlo por mi misma, quería encontrar mi camino, a pesar del miedo, y nadie me lo iba a impedir, ni siquiera yo misma. Fueron sucediéndose algunas tomas de conciencia sobre modos de actuar que ahora entendía se debían a mi manera de nacer, hasta que… La gran expansión y liberación del nacimiento se produjo.

¿Qué ha sucedido en mi desde entonces?, ¿algún cambio?

He de reconocer que pasé días muy revuelta, con sentimientos encontrados y muchos momentos de “darme cuenta”, de entender mis miedos y muchas de mis manías. Es como si hubiera nacido en mí una fuerza nueva que me ayuda a ver la vida de una manera distinta, con más alegría y agradecimiento… Un profundo agradecimiento, sobre todo hacia mis padres que son los que me han permitido nacer, vivir y llegar hasta el momento presente.

¡¡¡Gracias por hacerlo posible!!!

Y ahora sí, pongo el punto final, no sin antes lanzarte una pregunta… ¿A qué estás deseando probar los beneficios de esta terapia? Recuerda, Enfoque Meníngeo, de José Luis Pérez Batlle, la evolución de la Terapia Sacro Craneal.